COMPETITIVIDAD_PAISAJE URBANO

Cuando Kevin Lynch describía el concepto de «imaginabilidad» de nuestras ciudades todavía no se hablaba de conceptos que ahora creemos actuales como el branding o la imagen de marca de una ciudad como herramientas de competitividad, sin embargo estamos sin duda hablando de lo mismo; cualquier territorio cuenta con ciertos elementos que se graban en nuestra memoria de forma selectiva constituyendo los ingredientes que más tarde emplearemos para crear nuestra «imagen mental del sitio», nuestro recuerdo.

La experiencia sensorial y paisajística del forastero que accede a una población, que la recorre por sus principales arterias, que visita sus zonas industriales o simplemente acude a una reunión, marca inequívocamente la sensación positiva, negativa o indiferente que experimentará un tiempo después, cuando se dicho lugar vuelva a su memoria por la razón que sea.

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Si nuestras ciudades tratan de vender, de atraer nuevos clientes o de mantener los que tiene, necesita destacar y en el entorno de las sensaciones subjetivas deberá crear los inputs necesarios para que esa imagen sea de orden, identidad, seguridad, sostenibilidad, progreso, modernidad, etc… frente al desorden, improvisación, contaminación, inseguridad o deterioro.

Por lo tanto, un primer objetivo sería «ser recordada» (algo no fácil si impera la banalidad), superado este punto nuestro «cliente» ya sabe que existimos; ahora necesitamos «ser bien recordados» mediante el empleo de factores positivos como los citados en el párrafo anterior (hemos llegado al momento en el que el «cliente» sabe que existimos y además estamos en el grupo de los buenos); pero como nosotros hay muchos (la «competencia») luego ahora toca distinguirnos del resto, aportar algo más a nuestro paisaje que nos haga destacar ¿cómo lo hacemos?… Una primera opción sería la teatralización de nuestro entorno, la creación de ciudades a modo de parques temáticos, la organización de grandes eventos como efecto púlsar, pero eso requiere una inversión no planteable en época de crisis, la historia reciente nos dice que no funciona y además seguiríamos compitiendo en una liga en la que sólo gana el que de mayores recursos disponga…. ¿Cómo podemos distinguirnos entonces del resto?, muy sencillo, siendo lo que somos, potenciando nuestra identidad (que es única) y no tratando de disfrazarla ni de vender lo que no somos. Evidentemente una ciudad cambiará, se adaptará y crecerá, pero será en el momento en el que deje atrás su identidad cuando realmente perderá su oportunidad pasando a ser simplemente «una más».

PAISAJES NOCTURNOS

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Cae la noche en la ciudad, la monotonía, la desconexión con el lugar y los miedos se acentúan; paisajes que durante el día eran banales y aburridos bajan al  escalón inferior. Farolas que estén donde estén tan sólo se diseñan para el cumplimiento de la normativa de aplicación; tanta sección de calle, tanta altura de farola, tantos lúmenes…. catálogo e iluminación diseñada; acabamos de crear o al menos condicionar el paisaje que podremos ver durante muchas horas cada día ¿hemos aportado algo además de iluminación? en la inmensa mayoría de nuestras ciudades la respuesta es negativa.

¿Por qué no aprovechamos oportunidades? El sol y la luna están donde tienen que estar y nosotros no podemos intervenir en su inclinación o intensidad, pero no es así cuando hablamos de iluminación,   por lo tanto tenemos la herramienta perfecta para potenciar un recorrido, realzar un edificio, esconder lo que no nos interese que se vea, crear sensaciones cinéticas o estáticas; en definitiva incluso ciudades, barrios o recorridos que durante el día nos  aburran pueden transformarse plenamente con la llegada de la noche y pasar a ser un magnífico paisaje que despierte nuestros sentidos,  nos invite a recorrer, a descubrir y a  conocer. ¿Cuál es la diferencia entre ambas opciones?…. bajo mi punto vista no es económica, la causa es la de siempre, conformismo y vagancia intelectual; por tanto invirtamos la tendencia y trabajemos, los resultados de nuestro trabajo son sin duda nuestra mejor herramienta de sensibilización, empleémonos a fondo y a la vista de lo que podemos hacer, el brutal esfuerzo que hoy día necesitamos para convencer irá disminuyendo, estoy convencido.

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PARTE 02_03. ¿HACEMOS ALGO O SEGUIMOS LLORANDO?

Como continuación al post anterior, hoy trato de bucear en posibles soluciones a nuestro paisaje de crisis generado por obras paralizadas de promotores arruinados o que simplemente no les interesa continuar.

Promotores que arrancaron obras cuando comenzaba el declive y no tuvieron tiempo de reacción o no supieron hacerlo; la oferta era brutal, la demanda bajó y el crédito se cerró, con lo cual la impensable situación de no vender lo que estabas construyendo (fuera lo que fuera y donde fuera) se hizo realidad. Ante esta situación, bien las entidades bancarias dejaron de pagar certificaciones o simplemente el promotor decidió que no debía seguir invirtiendo con tan alto nivel de riesgo; dando lugar entre todos al fantasmal paisaje de nuestras ciudades (fundamentalmente de sus zonas de ensanche).

IMAG0741La bajada de precios de vivienda junto, en muchos casos, con la irreal valoración hipotecaria (realizada por dudosos profesionales, admitida por numerosas entidades financieras y permitida por los órganos de supervisión) ha dado lugar a que lo ejecutado por los promotores vale menos que lo prestado por los bancos, con lo cual ya no tengo claro si el problema es del primero o del segundo.

Siempre he defendido que «el riesgo dignifica el beneficio», por tanto nunca he criticado al promotor que legalmente ganaba millones en sus promociones; él arriesgaba  y recogía beneficios, por tanto el que quisiera tenía la puerta abierta, sólo había que saber hacer y arriesgar; ahora bien, «riesgo» significa que te puede salir mal con lo cual igual que a las buenas recogimos beneficios ahora son las malas y toca pagar.

No obstante lo anterior, ya he dicho antes que el promotor no era el único actor en esta función; las sociedades de tasación contaminadas ganaron mucho dinero a base de tasaciones «a medida», los bancos obtuvieron beneficios espectaculares y los órganos de control simplemente no hicieron nada, por tanto a todos les toca bajo mi punto de vista responder en este momento.

Los promotores deben cumplir su obligación de edificar en plazo (fijada en licencia) y si no pueden o no les interesa, deberán malvender, aunque se pierda dinero o no se cubra ni siquiera la deuda pendiente, recordemos que estábamos en un deporte de riesgo y hemos perdido, al menos su cuenta será menos negativa.

Las sociedades de tasación corruptas deberán pagar su falta de ética y profesionalidad, con la misma responsabilidad que se nos exige a cualquier profesional.

Las entidades financieras, como beneficiarias del sistema creado, deberán participar en la solución, bien abriendo crédito, bien haciendo quitas o bien como socio capitalista.

Por último los órganos de control y administraciones que no velaron, deberán responder poniendo los medios económicos o legales para resolver el problema.

No existe legislación que sustente esta línea de actuación, pero las leyes están para resolver problemas y cada día vemos como nacen, se derogan o se modifican, por motivos muchas veces caprichosos, partidistas o de dudoso interés, por tanto no me vale la respuesta de «… la ley no contempla este supuesto…».

¿HACEMOS ALGO O SEGUIMOS LLORANDO? 01

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Pensando en el post que publiqué la semana pasada sobre «Paisajes de la crisis», leo hoy en el diario El Mundo un artículo titulado «Cicatrices del boom del ladrillo en el paisaje irlandés»; rápidamente me dispongo a leerlo con la ilusión de encontrar respuestas o al menos algo de luz a las cuestiones que yo mismo me planteaba hace unos días; no obstante a los dos minutos puedo comprobar que se trata de una falsa alarma, la distancia o la diferencia del clima Madrid-Dublín parece que no afecta en absoluto y encuentro el mismo escenario en ambos casos.

Tras comentar el brutal número de viviendas deshabitadas o de urbanizaciones fantasma, la secretaria de Estado de Vivienda y Planificación tan sólo cita tímidas medidas (que reconocen poco eficaces) que se centran en propuestas de alquiler social y de trabajos de mantenimiento por cuestiones de salubridad y seguridad; en un momento brillante deja ver que no existen soluciones universales, por lo que habría que decidir caso por caso; pero finalmente tira por tierra el discurso reconociendo que lo que se debe hacer con lo que se encuentra a medio construir es sencillamente demolerlo…. ¿no íbamos a estudiar caso por caso?.

Como creo que sobran ya artículos pesimistas, voy a tratar de darle al post un sentido práctico de avance, de inmersión en el problema y de búsqueda de soluciones.

Reconociendo que no es posible encontrar el «elixir mágico» que dé respuesta a  la enorme casuística de la cuestión, empecemos por diferenciar situaciones de propiedad de esas estructuras fantasmas y veamos las siguientes posibilidades:

– Propietario = Entidad financiera

– Propietario = Promotor arruinado

– Propietario = Promotor no arruinado, simplemente sin clientes y sin prisa por ejecutar.

La extensión del tema y el interés con el que lo quiero abordar me llevaría a un post excesivamente largo y quizá pesado, por ello lo divido en tres artículos abordando hoy el primer supuesto y dejando los dos restantes para sendas entradas en los próximos días.

1. EL PROPIETARIO ES UNA ENTIDAD FINANCIERA que lo ha recibido como dación en pago. En la situación actual no genera beneficios, sólo gastos en impuestos y mantenimiento. Si  hacemos caso a la propuesta irlandesa y lo demolemos, tendremos ahora un solar baldío en lugar de una estructura abandonada (no soñemos que el banco va a reconvertir el terreno en los campos que un día fueron, las entidades financieras trabajan con dinero, ni son, ni saben, ni quieren ser agricultores) ¿Hemos ganado algo con el cambio?¿qué hacemos con el solar baldío?…. y además ¿quién ha pagado la demolición?¿quién ha indemnizado al banco por demoler su estructura abandonada que algo valdría?, creo que este no es el camino.

Nos planteamos ahora que las entidades financieras se reconviertan en promotoras y terminen con fondos propios las construcciones paralizadas, de esta forma dejaremos de ver ese paisaje decadente «a medio hacer»; sería una buena opción si no existiese el exceso de vivienda construida vacía que tenemos en España y además los bancos fuesen una ONG sin ánimo de lucro; pero no es así, los bancos como cualquier empresa trabajan para ganar dinero y si no hay clientes es absurdo invertir en un producto que tienes claro que no te van a comprar; por lo tanto esta opción tampoco vale.

Si ahora planteamos la solución del alquiler social, volvemos a tropezar con la misma piedra; el banco sigue sin ser una hermanita de la caridad, por tanto no va a invertir en terminar un edificio para cederlo en alquiler social y no obtener un beneficio; podría hacerlo en determinados casos como Obra Social pero no desde luego como criterio general para la inmensa bolsa de la que disponen hoy día.

Como vemos que los caminos se cierran a las salidas tradicionales, cambiemos el enfoque, no lo tratemos como algo que nos queremos quitar de encima rápido y de la forma menos dolorosa , pensemos por un momento en la posibilidad de que se convierta en una inversión a largo plazo. Partimos del hecho de tener un producto (una estructura o un edificio vacío) que no produce y además genera gastos; arranquemos en primer lugar dándonos cuenta de que la «necesidad» real o ficticia que pretendía cubrir ese producto ya no existe y por lo tanto no debemos seguir perdiendo el tiempo en esa línea. Miremos a nuestro alrededor y veamos qué ocurre, cuales son los sectores activos; al menos en el mío veo varios sectores «inquietos», el de los emprendedores que día tras día tratan de encontrar  la forma de lanzarse al mercado con productos o servicios innovadores, el de las nuevas fórmulas de trabajo como el coworking, el de las empresas sociales, el del empleo verde, el del ocio, el del deporte; muchas cabezas pensando, con ganas de arrancar y con el mismo problema, la falta de financiación para instalarse.

Ahora me preguntó ¿sería posible instalar un centro de coworking en un edificio de viviendas vacío? ¿sería viable modificar un proyecto de viviendas en estructura y transformarlo en un centro de ocio? ¿sería posible crear una incubadora de empresas en una hilera de dúplex adosados? ¿se podría instalar una guardería en una vivienda unifamiliar con jardín? ¿y un centro de día para mayores? ¿se puede instalar un parque de bolas para niños en una nave?…. la respuesta es afirmativa en todos los casos, pero nos sigue fallando un punto, no tenemos dinero para alquilar o comprar el local y el crédito está cerrado, con lo cual se cierra el círculo.

Tratando de abrir el círculo, me planteo qué ocurriría si el propietario (banco en este caso) asume que ya no tiene un producto que se desarrolla y vende a corto plazo con un beneficio del 25 -30% y comprende que la única salida es el medio-largo plazo con reducción de margen de beneficios ¿qué pasaría si en lugar de mantener edificios vacíos generando gastos los pusieran a disposición de emprendedores formando sociedad con ellos a modo de socio capitalista aportando el local? si la empresa tiene éxito comenzará a recibir no sólo el alquiler sino también beneficios directos de la empresa e indirectos por la actividad económica generada en su entorno inmediato, mientras que si no lo hace estará como ahora mismo pero al menos no habrá tenido gastos.

Igual que hemos dicho que las entidades bancarias no son agricultores, también está claro que no son ni quieren ser inmobiliarias que aporten su producto a una empresa, su trabajo estaba en otros frentes,  y esa es la clave …. ESTABA, hablamos en pasado, el escenario es radicalmente distinto por lo tanto necesita nuevas respuestas,  investiguemos y discutamos líneas como la que humildemente propongo en este post y dejemos de darnos coscorrones con la misma piedra una y otra vez; aportemos ideas ya que como podemos ver ni nuestros políticos ni los de Irlanda parecen tener la solución.

PAISAJES REVENTADOS

Recorriendo el ámbito del último estudio de paisaje que hemos hecho me ha venido a la cabeza en muchas ocasiones un concepto desgraciadamente poco utilizado en ordenación del territorio, el de la «capacidad de carga» de un territorio.

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Encuentro abundante literatura del tema enfocada al medio ambiente y al mantenimiento de ecosistemas, pero no es así si hablamos de ordenación del territorio y mucho menos si lo hacemos específicamente de paisaje; he localizado una definición que se adapta bastante bien que dice que la capacidad de carga viene representada por «…los usos que puede sostener un territorio sin impacto negativo irreversible…» ; trasladando este concepto al paisaje, podemos comprender que la excesiva partición de usos va disminuyendo la «capacidad de carga del paisaje», pero no creo que la razón se encuentre en el número de usos distintos que acoge el territorio, el problema está sencillamente en la NO PLANIFICACIÓN y la improvisación.

En materia de paisaje no veo viable definir una expresión numérica objetiva que valorase el nivel de capacidad de carga del mismo; no obstante tampoco creo que lo necesitemos; sencillamente debemos saber apreciar la tendencia y actuar frente o a favor de la misma. Como vemos en la mayoría de entornos metropolitanos, el desorden y la ausencia de planificación alteran día a día el paisaje hasta que llega un punto en el que es imposible definirlo, no podemos leerlo, ha perdido su identidad, no es ni industrial, ni residencial, ni terciario, ni agrícola, ni por supuesto una armónica combinación de los anteriores; simplemente se trata de un «paisaje reventado», ha llegado a un punto de NO RETORNO y por tanto no toca la protección o la gestión del paisaje, directamente ha llegado el momento de ordenación y la cualificación.

¿PODEMOS RESUCITAR NUESTROS JARDINES?

El frenético ritmo de crecimiento, la desgana y realmente la consideración de la ciudad como una acumulación de viviendas y no en sí misma como algo positivo,  ha llevado en la planificación actual a un cambio de papel de los espacios verdes; ha pasado en gran número de ocasiones de ser un elemento de disfrute, de relación social y de articulación de la trama; a ser simplemente uno más de los «molestos estándares urbanísticos a cumplir». Este hecho lo vemos reflejado a diario en jardines junto a autovías (citados como «colchón verde», ocupando la zona menos habitable y dejando por tanto sin verde la zona habitable), con geometrías que lo hacen inservible, salvo para ir y venir (sin que nada nos llame a hacerlo) o simplemente desconectados de la trama, con lo cual no «se pasa por el jardín» sino que necesariamente «hay que ir al jardín».

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Como decía Jane Jacobs «La gente no usa los espacios abiertos urbanos porque estén cerca de sus casas, ni porque los diseñadores y urbanistas deseen que los usen…. algo más se necesita«, pues bien, no aportamos ese «algo más», con lo cual pasamos de un elemento potencialmente positivo a un elemento a esquivar en muchas ocasiones, desolado, triste, que costó dinero, que cuesta mantener y que realmente poco aporta (al menos en relación con lo que podría).

Frente a este hecho fácilmente observable en cualquier ciudad, la reacción sigue siendo la misma… nula… ¿Por qué seguimos haciendo lo mismo si vemos que no funciona? y dicho esto, intentando avanzar y ser práctico ¿Podemos resucitar los existentes?.

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Sinceramente entiendo que sí. Estos espacios son como son, no van a crecer, a cambiar su geometría ni mucho menos su ubicación; por lo tanto tenemos dos opciones mantener el cadáver momificado o actuar para el cambio.

¿Qué les falta a estos lugares para ser atractivos, ganar sensación de seguridad y convertirse en un sitio al que nos apetezca ir (ya que como he dicho no están planteados para «pasar de camino a…» o «encontrar de repente «)? Muy sencillo, GENTE Y ALGO QUE HACER; lo segundo evidentemente llama a lo primero. Cualquier ciudad tiene cientos o miles de aficionados al ajedrez, al patinaje, al teatro, a la literatura, a las artes marciales, al Tai Chi, a la gimnasia, al running, a la música, al baile, a los objetos antiguos, a los libros de segunda mano, al agility, etc…. ¿He dicho alguno que no se pueda practicar al aire libre? …. creo que no, al menos en mi clima mediterráneo y durante el 90% de los días del año; ¿Por qué no fomentamos entonces esos usos específicos y le damos vida a esos espacios? Cualquiera de las actividades citadas junto con una pequeña cafetería o terraza no sólo atrae a los usuarios sino también a los paseantes, creamos espacios de disfrute y sobre todo de relación social.

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Frente a esta propuesta, la respuesta habitual podría ser la imposibilidad de inversión en la actual situación de crisis, pues bien, a los que piensan que no hay dinero o no merece la pena gastarlo en esto, les recomiendo una cosa, váyanse a la ciudad de Nueva York y visiten Central Park (la escala es brutal pero el concepto es el mismo), si pueden háganlo especialmente un sábado; podrán comprobar lo que da de sí un escalón en el que sentarse una persona a leer cuentos o poesía; tres bancos de madera en los que improvisar un concierto de violín o seis botes vacíos de Coca-Cola y un señor patinando; les aseguro que cambiará su concepción de «inversión necesaria».

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GENIUS LOCI URBANO_FUNCIONALIDAD

Cuando en la Escuela de Arquitectura nos hablaban del Genius Loci, de su necesaria vinculación con el proyecto, de la indisoluble relación que debía tener el medio con lo que empezásemos a crear en nuestra cabeza; todo estaba claro, es evidente, la arquitectura debe establecer un diálogo con su entorno, de la forma que sea, que será o no discutible, pero nunca obviándolo.

Llegan los proyectos de viviendas y algún edificio singular en medio rural, hasta aquí todo perfecto, «leemos» el entorno y tratamos de establecer con el proyecto el deseado diálogo…. pero ¿qué ocurre cuando llegamos a la ciudad?, nos sentamos delante del solar y nos preguntamos ¿Cuál es el genius loci? ¿Puedo «leer» algo?  ….. ¿Tiene en cuenta nuestra planificación urbana el carácter del lugar?

Nuestros antepasados siguiendo las indicaciones de la funcionalidad,  el aprovechamiento del medio o la protección frente al mismo, generaron una serie de criterios, un carácter y unas costumbres propias e intransferibles del lugar, estaban creando el genius loci de su ciudad; hoy día sin embargo, el desarrollo de las urbes, su crecimiento y más recientemente las «modas» han terminado por exterminarlo o al menos desvirtuarlo en tal medida que lo hacen irreconocible en la mayoría de los casos… ¿Esta tendencia es un problema?

Bajo mi punto de vista sí, es un problema grave; vamos ganando banalidad y por tanto perdiendo una identidad que, además de crear arraigo y sensación pertenencia, era el resultado de unas necesidades funcionales; y si algo funciona  es valorado, estimado y nos hace sentir bien.

Un ejemplo claro lo veo todos los días en mi ciudad (Murcia) en España pero de origen árabe, con una trama original irregular de estrechos callejones, que respondía al simple hecho de contar con más de 40 grados a la sombra durante los meses de verano; llega una primera evolución y se mantiene el ancho de calle pero se incrementa en gran medida la altura de los edificios, sigue existiendo sombra pero comienzan los problemas por la sensación de «techo» en la calle; ante esto y con las corrientes higienistas pasamos a los ensanches con amplias avenidas que además den cabida al tráfico, ya no tenemos el problema de la sección estrecha….pero ¿qué ha pasado con la sombra? seguimos teniendo 40 grados y nuestro refugio pasa por escasos árboles de dudosa eficacia por su porte y por la elección de la especie.

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Tras esta etapa, llegan las «modas» y las «planificaciones importadas», llegan la época del bulevar de amplia sección en el paseo central y reducida sección en los laterales, con lo cual los locales comerciales se sitúan donde la sección es estrecha y no se pueden ubicar donde es ancha y suficiente para el cómodo paseo; gracias a nuestro clima, nuestra costumbre es la del contacto social en las terrazas, no en situaciones laterales y de reducidas dimensiones como en París, sino en zonas amplias y bajo la sombra.

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En otras ocasiones recogemos las «plazas duras» centroeuropeas con la intención de potenciar la contemplación de determinadas elementos de interés, como el caso de la plaza que da acceso a nuestra Catedral, con lo cual tenemos una atractiva plaza durante el invierno pero en verano, las personas que la transitan lo hacen a modo de carrera de hormigas junto a las fachadas de los edificios, como si de gatos se tratase; salvo algún osado viandante que se aventura al trayecto central, mientras las cafeterías recurren a los toldos como única solución para mantener las terrazas; ¿qué hubiese sido preferible contemplar la Catedral filtrada o tamizada por arbolado estratégicamente escogido o dejar la solución de manos de los propietarios de las cafeterías desviando el resultado al mejor o peor diseño de la publicidad de sus toldos?

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Por lo tanto repito,  cuando en la planificación obviamos el genius loci si estamos generando  un problema; queda claro que hay que evolucionar y sobretodo dar cabida a brutales incrementos poblacionales, también es evidente que la ciudad antigua tenía innumerables problemas; pero ¿Por qué desechamos sus virtudes? ¿Volvemos a hablar de vagancia intelectual?

PAISAJES DE LA CRISIS_¿HASTA CUANDO?

Casi todos nos preocupamos e intentamos buscar salidas a la brutal crisis que estamos sufriendo; es un tema que aunque tratemos de olvidar, sin quererlo cada día vuelve a nuestra mente a través de lo que leemos, escuchamos en cualquier sitio al que vamos o simplemente percibimos subjetivamente.

La espectacular crisis inmobiliaria ha dejado nuestro territorio plagado de señales que constantemente nos lo recuerdan; torres en estructura sobre las que anidan los pájaros y los grafiteros, urbanizaciones a medio ejecutar sobre las que pasta el ganado esquivando bocas de alcantarilla, resort desiertos, etc… todo ello ha creado un paisaje demoledor anímicamente que constantemente transmite la idea de no haber llegado, no haber conseguido, no haber sabido planificar ni gestionar…., todo señales negativas que minan nuestro bienestar.

¿Hasta cuándo vamos a seguir así?

La sociedad no necesita más señales negativas; requiere indicios de positivismo, de ir adelante, de movimiento frente al estancamiento; indicadores que le hagan  empezar a creer que la salida es posible y que somos nosotros mismos los que la tenemos que conseguir.

Los llamados «paisajes de la crisis» son un nuevo concepto a planificar y gestionar mediante la ordenación del territorio, la planificación y el paisaje; y repito NUEVO, por tanto no nos empeñemos en darle salida según metodologías de gestión diseñadas para cuando se vendían viviendas con lista de espera antes de empezar la excavación.

Conceptos como cambio de uso, expropiación, reciclaje urbano y por qué no, demolición y desclasificación, deben ser incorporadas a la discusión de solución.

Si estas dinámicas pasan del discurso a la realidad, frente a la falta de respuesta actual, nuestra sensación al contemplar el paisaje cotidiano será la de acción positiva para el cambio.

Aplicando la frase de «Dime que paisaje tienes y te diré quién eres», íntimamente ligada a la perseguida «competitividad territorial«, pasaremos de «….no han sabido….se han equivocado» a «…han sabido reaccionar… saben luchar…son competitivos».

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EUTANASIA DEL PAISAJE_VAGANCIA INTELECTUAL

En casi ninguna cabeza cabría comprender que si una catedral se está cayendo por el paso de los años la dejemos caer; casi nadie entendería que dejásemos pudrirse en un húmedo sótano una obra de arte pictórica o una escultura; se trata de elementos que forman parte de nuestra cultura, nuestra identidad y nuestra memoria, son un bien común y todos (incluso las próximas generaciones) tenemos derecho a disfrutarlo. Si estamos de acuerdo en esta última frase, ¿cuál es la diferencia con el paisaje? ¿No es un bien común? ¿No forma parte de nuestra cultura, identidad y memoria? ¿Por qué entonces cuando está herido lo damos por muerto? ¿Por qué las escasas políticas de paisaje se centran exclusivamente en los excepcionales? ¿Y los que lo fueron y tienden a no serlo? ¿Los abandonamos? Pues normalmente si, asumimos que es algo inherente al progreso y los dejamos morir.

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Bajo mi punto de vista, la destrucción del paisaje no viene motivada por la evolución o el frenético crecimiento, simplemente viene dada por la vagancia intelectual; cuando todo el campo se cultivaba de forma tradicional, los bosques eran bosques, los pueblos costeros vivían de la pesca y las ciudades crecían lentamente; el paisaje se generaba, gestionaba y mantenía prácticamente solo; llega la evolución, los campos se abandonan, se llenan de plástico, de naves agrícolas o de viviendas; los bosques se talan, se construye una urbanización o se instala una cantera; los pueblos costeros viven del turismo dos meses al año y las ciudades multiplican su población a ritmo vertiginoso; pasamos a tener un problema de complejidad elevada en el que intervienen infinidad de variables interrelacionadas. ¿Cuál es nuestra respuesta frente a esta situación? ¿Tendremos que adaptar nuestra forma de pensar, planificar y gobernar? ¿No?, pues no,  sencillamente la respuesta suele ser nula, es un tema demasiado complejo y su tratamiento requeriría replantearnos principios asumidos, ponerlos en duda, innovar, arriesgar y actualizar constantemente; en resumen un gran esfuerzo intelectual, con lo cual casi siempre resulta mucho más sencillo no hacer nada,  achacar la culpa al «progreso» y sumirnos en un conformismo absoluto que reconoce el daño, pero que sigue pensando que el mundo es muy grande, por lo tanto si quiero disfrutar de un paisaje de calidad lo haré en el 8% de mi tiempo que es cuando puedo viajar de vacaciones, el otro 92% asumo lo que tengo.

HIPOCRESÍA VERDE

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Resulta evidente el beneficio medioambiental de las instalaciones fotovoltaicas,  o como ahora los llaman «huertos solares»… es indiscutible. También podríamos asumir que muchas veces el fin justifica los medios…todo sea por el bien común…vale.

A menudo vemos artículos en el periódico en el que empresarios y políticos nos muestran su gran labor social y medioambiental en pro de la sostenibilidad, inaugurando la mayor instalación de la región, de España o incluso del mundo…. una gran labor ecologista.

Basta ya de hipocresía por favor, digamos que aprovechando el tirón de lo verde y de la sostenibilidad se está haciendo un negocio y punto, es totalmente legítimo; lo que no es de recibo es colgarnos la medalla de luchadores por el medio ambiente cuando arrasamos hectáreas y hectáreas de cubierta vegetal para nuestras placas, modificamos el paisaje y destrozamos panorámicas sin tomar ni la más mínima medida para reducir el impacto.

Un «huerto solar» puede instalarse sin impactar en el paisaje, para eso se idearon las medidas de integración; si las usara, si estaría teniendo en cuenta el medio ambiente; cuando no lo hago para que me quepan unas cuantas placas más, estoy pensado única y exclusivamente en mi negocio (lícito como he dicho, siempre y cuando no nos vanagloriemos de lo buenos que somos con la sostenibilidad).

Una posibilidad real parece no existir en los estudios de viabilidad de implantaciones de este tipo, la de que no sea viable por su afección al paisaje y no sea posible ni si quiera con medidas de integración. Del mismo modo que existen parcelas que no valen para un huerto solar por ser una umbría o  estar atravesadas por una rambla, también existen áreas que por su valor paisajístico no pueden recibir una instalación fotovoltaica sin menoscabo de sus valores; pero esta idea parece no estar asumida.

El fin podría justificar los medios cuando esos medios fuesen los únicos, pero creo que existen en el territorio suficientes emplazamientos ocultos por la orografía, separados de las principales vías de comunicación y alejados de zonas de alto valor paisajístico, como para tener que destrozar  nuestro paisaje como lo estamos haciendo; en este caso tendríamos que invertir en medidas correctoras (de coste insignificante comparado con la inversión) y posiblemente la conexión a la red esté más lejos que la línea que pasa por la carretera, vale, un coste a tener en cuenta en la inversión; pero no vale quitar ese sumando y si lo quitas al menos no te cuelgues la medallita.