Categoría: PAISAJE Y CALIDAD DE VIDA

COVID19 _ ESPACIO PÚBLICO SENSORIAL Y PEQUEÑO COMERCIO

Hoy nos planteamos cuáles son las sensaciones que desarrollamos al recorrer una calle de barrio un día cualquiera durante la crisis del COVID 19; una acera de tres metros de ancha con alcorques para arbolado que la reducen a dos metros y aparcamiento en línea.

Consideramos una calle poco transitada, que pasa una persona de media cada minuto; parece poco, pero de 8:00 a 22:00 habrán pasado 840 personas. También muchos no tienen en cuenta lo que podemos hacer los arquitectos para ayudar a salir adelante en esta crisis o simplemente no lo valoran; yo realmente si consiguiera aportar algo positivo a la sensación de 840 personas al día estaría realmente contento.

Trato de ver cuáles son las sensaciones de los usuarios de ese espacio público, qué piensan al utilizarlo…..

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La pequeña cafetería de toda la vida se está hundiendo porque la limitación de aforo no le permite cubrir gastos y no tiene terraza, el dueño que siempre bromeaba ahora está cabizbajo; el tendero de la pequeña frutería de barrio tiene el mismo problema, la tienda es pequeña y los clientes deben entrar de uno en uno, es más fácil pedir on line la compra y él se va a la ruina; el que tomaba café todas las mañanas en el bar añora ese momento de relax; el que se ha encontrado con un amigo ya no está cómodo, no sólo tiene que mantener la distancia con el amigo, además se da cuenta de que está obstaculizando la calle; el viandante que ve venir otra persona y empieza a pensar dónde se mete para mantener los dos metros y la pareja que andaba por la acera decide cruzar aunque no haya sombra para evitar riesgos…. la verdad es que es un escenario de malestar generalizado.

Ahora planteo dos pequeños cambios frente al bar y la frutería:

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El bar ahora tiene tres mesas de terraza, la frutería ahora expone su género a la calle y existe un espacio de cruce y/o parada en la acera.

¿Cuáles serán ahora las sensaciones?

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El del bar está viendo que es posible que vuelva a salir a flote porque puede servir 10 o 12 servicios en terraza sin riesgo; el de la frutería ahora puede vender y empieza a ver que podría conseguir ganar la batalla y no tener que cerrar la tienda de toda la vida; el que tomaba café ahora lo sigue tomando y empieza a pensar que es posible volver a una situación parecida a la que teníamos, tenemos que ceder una cosa menos; la pareja que antes cruzaba por miedo al cruce inseguro, se ha parado y está comprando como ha hecho siempre, vuelve a casa con un punto de estrés menor porque no ha perdido al menos la libertad de comprar donde quería comprar; los amigos que se encuentran están relajados charlando porque están en un espacio seguro, no molestan y además se pueden sentar; la chica que antes se agobiaba pensando cómo se iba a cruzar ahora está tranquilamente esperando a que pase el otro pero en un sitio seguro; el que caminaba pensando qué desastre,  hemos perdido nuestra forma de vida, ahora se va pensando que de verdad estamos ganando, que estamos volviendo a vivir.

Y ahora me planteo cuál es la diferencia del espacio público entre ambas situaciones y veo que la operación es muy sencilla, hemos cambiado la situación de malestar emocional por una de bienestar y de ilusión por salir adelante y eso nos ha costado cuatro plazas de aparcamiento; hemos cambiado la «incomodidad» de buscar otro aparcamiento o caminar un poco más de cuatro personas por la sensación positiva de 840 personas.

ESQUEMA

                                        ¿No os parece una opción rentable?

LA CIUDAD FRENTE AL COVID, EL CÓMO FRENTE AL CUÁNTO Y QUÉ

Sobre el uso del espacio público, llevamos días y días escuchando hablar sobre la famosa “desescalada”;  qué va a estar permitido y qué prohibido en nuestras ciudades, cuánto tiempo podremos salir a la calle, qué podremos hacer y qué no, cuántas personas podrán entrar en el bar, cuántos al centro de trabajo, qué tipo de negocios pueden tratar de arrancar y cuáles no….. cuánto, cuánto, qué, qué…… hay algo que no cuadra.

Todavía no nos hemos cargado a este virus porque es nuevo, desconocido; los medios tradicionales no valen, da igual la cantidad de fármaco tradicional que utilizásemos porque no es el que necesitamos.

Con la ciudad vamos a lo mismo, tenemos un enorme problema que nunca antes habíamos visto; existe riesgo de contagio, la sociedad lleva semanas encerrada con ansiedad por salir pero a la vez con miedo a hacerlo, necesitamos trabajar y producir, y como seres sociales necesitamos volver a relacionarnos con los demás.

Frente a este desconocido problema cuya solución no está en los libros, veo en lo que se refiere al uso de la ciudad propuestas que nos dicen que van hacia la “nueva normalidad”; aforo limitado en cafeterías, restaurantes,  comercios, transporte público, franjas horarias para pasear o hacer deporte, cuánto te puedes alejar de casa, etc.  Es decir se plantea hacer lo mismo que hacíamos pero en menor cantidad; entiendo que el razonamiento es que si hay menos cantidad,  la probabilidad de contagio baja;  que si se abren “un poco” los comercios se evitará parcialmente la ruina de los comerciantes y que si podemos salir “un poco” la ansiedad de la sociedad se verá reducida… ¿De verdad alguien cree que un restaurante, una cafetería, un cine o una sala de conciertos puede abrir con el 30% de su aforo? ¿Alguien puede pensar que la relación entre costes y aforo es lineal? ¿A alguien le apetece para relajarse salir a comer con su pareja, sentarse en un restaurante entre separadores  de metacrilato como algunos proponen, con olor a gel desinfectante y rodeados de gente con guantes y mascarilla? … yo esa nueva normalidad ni me gusta ni me la creo.

¿Por qué seguimos intentando usar la ciudad como antes si ahora mismo no es posible? Usarla como siempre pero “sólo un poco” ni nos va a satisfacer ni va a evitar la ruina.

¿Por qué no asumimos que no es posible esa salida, la descartamos y buscamos otra? ¿Por qué no nos olvidamos del “qué” y del “cuánto” y empezamos a diseñar el “cómo” utilizamos esa ciudad?.

Tenemos una enorme extensión de espacio público como tablero de juego; antes cada parte se usaba para determinados usos que entonces teóricamente nos servían y cada uno tenía en mayor o menor medida cubiertas sus necesidades; ahora las necesidades temporalmente son distintas, necesitamos espacios abiertos, necesitamos distancias entre nosotros, necesitamos en definitiva alternativas al uso que hasta ahora le dábamos al espacio público.

  • ¿Pasa algo si la pequeña cafetería de barrio, sin terraza, que nos ha puesto siempre el café por la mañana, ahora ocupa cuatro o cinco plazas de aparcamiento para una terraza y se le permite servir sólo en terraza?.
  • ¿Pasa algo si el restaurante que necesita 30 cubiertos al día para cubrir gastos amplía temporalmente su terraza para poder dar servicio a esos 30 cubiertos?
  • ¿Pasa algo si los mercados y mercadillos ocupan ahora el doble de calles que ocupaban antes y así puede haber distancias de seguridad?
  • ¿Pasa algo si algunas calles se cierran al tráfico y se convierten en zonas peatonales y de juego para que todo el mundo tenga un espacio de expansión cerca de casa y así no se concentren en los grandes jardines?
  • ¿Pasa algo si permitimos a los cines, teatros y salas de concierto sacar sus proyecciones y representaciones a la calle y así, sin perder seguridad, mantenerse y dar servicio de ocio a la sociedad?
  • ¿Pasa algo si fomentamos de verdad el uso de la bicicleta y así descongestionamos el transporte público?
  • ¿Pasa algo si las numerosas instalaciones deportivas públicas se destinan por ahora a actividades seguras, deportivas o no, para los niños que ya no tienen colegio y sus padres se reincorporan al trabajo presencial?

 

Yo creo que si pasa algo, pasa que sin perder seguridad, me habré tomado el café de todos los días en el bar, habré charlado con el camarero, habré ido a cenar con mi mujer una noche a una terraza, habré comprado fruta en el mercado de los jueves, habré paseado con mis hijos por una zona segura en la que habrán podido divertirse al aire libre, habré podido ver una película en un cine de verano urbano, me habré movido en bici por la ciudad con sensación de seguridad y tendría opciones de ocio o formación para mis hijos….. esa “nueva normalidad” si me la creo, pero para eso toca olvidar viejas herramientas, romper barreras, abrir la cabeza y sobre todo trabajar, eso es lo que creo que le toca a los que tienen capacidad de decisión sobre el espacio público.

PAISAJES EN BLANCO Y NEGRO

Dicen que la «imaginabilidad» de un paisaje es la capacidad del mismo  para quedar grabado en tu memoria, sus rasgos caracterizadores que conforman la imagen mental que llevas a tu cabeza cuando lo recuerdas… algo que como entra en lo subjetivo normalmente no se analiza a la hora de crear o modificar la ciudad por aquello de que cada uno hará su propia interpretación o la maldita frase de «para gustos los colores…».

Yo en este post os muestro la imaginabilidad creada en mi cabeza de un paisaje concreto, el de varios pequeños pueblos en un entorno rural del sureste de Francia, y en una época del año determinada, el invierno.

Un paisaje urbano que incita a la fotografía en blanco y negro, donde la humedad y el frío manchan de negro la piedra y los enfoscados; donde los enormes y muy frecuentes árboles de hoja caduca se imponen como grandes esculturas misteriosas y acentúan la sensación de frío y viento; donde el color de las contraventanas son el único reducto que se salva del gris y el pardo… en definitiva un conjunto de elementos que crea y transmite sensaciones que por muy subjetivas que sean poco aportan a la alegría o a las ganas de disfrutar del espacio público.

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Imagino que en primavera y verano todo cambiará y si los vuelvo a visitar quizás cambie mi imagen mental, los árboles tendrán hojas que darán sombra y es probable que entonces la gente se anime a salir a la calle y la escena sea radicalmente distinta; mientras tanto sus habitantes siguen hibernando, su espacio público o el conjunto de elementos formales generador de sensaciones es sencillamente sólo apto para verano y todo provocado por aquello que siempre queda de lado…lo subjetivo.

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LA BALANZA DE LOS CASCOS ANTIGUOS

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Esta semana he podido visitar dos cascos antiguos en sendas ciudades de tamaño pequeño-medio; en ambos casos puedo comprobar intenciones de mejora del espacio urbano, y digo intenciones porque los resultados dejan bastante que desear.

He escuchado distintos argumentos sobre las posibles soluciones al despoblamiento de los cascos antiguos y realmente me sorprende cuando la idea mayoritaria en determinados foros es que la solución pasa necesariamente por eliminar las barreras que impiden el cómodo acceso en coche y el correspondiente aparcamiento bajo tu casa; según ellos todos queremos llegar con la compra hasta el sótano de casa y meterla en el ascensor cómodamente, o como máximo estamos dispuestos a dejar el coche en la calle siempre y cuando esté a menos de 20 metros del portal; resuelto este problema tendríamos los cascos antiguos llenos de gente viviendo en ellos y según estas opiniones de esta forma se irían creando pequeños comercios de barrio que son los que dan vida a la ciudad para dar servicio a esa nueva población…. frente a esto me pregunto dos cosas:

1- ¿No es esto tan absurdo como aquello de decidir hacer una urbanización en un paisaje maravilloso para disfrutar del mismo? (Cuando dicho paisaje precisamente deja de existir cuando se hace la urbanización).

2- Esa ansiada vida de barrio y pequeños comercios (fruta en la calle, olor a pan, conversación con los vecinos y los tenderos) ¿Es realmente la vida que busca el que quiere llegar con la compra de toda la semana al garaje de su casa?

Evidentemente a todos nos gustan las comodidades, pero igualmente evidente es que a la hora de optar por un lugar de residencia valoramos ventajas e inconvenientes en función de nuestros ritmos y costumbres de vida ¿Qué pesa más? La comodidad del aparcamiento y poder salir y entrar rápidamente y con fluidez o la posibilidad de vivir en un entorno histórico e interesante a diferencia de los banales barrios de ensanche … pues claramente la respuesta es DEPENDE.

Depende de si tengo tiempo y ganas de disfrutar del entorno o sólo necesito un espacio en el que cenar y dormir.

Depende de mi escala de valores, de mis intereses o mis inquietudes.

Depende sobre todo de qué me ofrece cada una de las partes de la balanza; si las calles tienen fuerte pendiente, no puedo llegar en coche, las viviendas son viejas y no hay nada que contrapese la balanza, la elección parece bastante clara.

Como ejemplo, en el último estudio que hicimos sobre la ciudad de Murcia, comprobamos como los valores de vivienda y locales comerciales alcanzaban sus cotas más elevadas en la zona de la Gran Vía Escultor Salzillo y en las calles Trapería y Platería (casco antiguo); en el caso de la Gran Vía se puede acceder en coche pero no se puede parar ni estacionar ni, salvo escasas excepciones, los edificios cuentan con garajes; en el caso del casco antiguo, se trata de calles peatonales ¿Qué ocurre entonces?, esa incomodidad queda contrarrestada por calles plagadas de comercios, cafeterías, gente, actividad, un entorno cuidado y conservado y por qué no decirlo por el estatus social que se considera mejorado al «vivir en el centro»  ; sea por lo que fuere, el hecho de no llegar con el automóvil a la puerta parece quedar relegado a un segundo plano de importancia.

Por suerte todos no pensamos igual ni buscamos lo mismo y la gran virtud perdida de la ciudad es precisamente la de aportarnos capacidad de elegir, por tanto debe tener cabida para todas las balanzas o escalas de valores, para unos la opción será el apartamento junto al nudo de autovía y para otros el casco histórico; las dos son posibles si las dos le aportan calidad de vida al «usuario»; es tan sencillo como eso, el del ensanche no disfruta del entorno histórico y el del casco antiguo no lo hace de la rapidez del automóvil, cada uno valora y decide; lo que resulta absurdo es pretender llevar ese nudo de autovía al casco antiguo y que además lo siga siendo.

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CONSUMISMO DE VIDA PÚBLICA

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Siempre he pensado que uno de los mayores fallos de las Administraciones es que su organización se diferencie tanto de la de de una empresa privada, en materia fundamentalmente de calidad, productividad, recursos humanos y cumplimiento de objetivos.

Toda empresa medianamente seria, antes de lanzar un producto hace un estudio de mercado buscando conocer o prever el nivel de aceptación que dicho producto tendría, y en función de los resultados se fabrica o se desecha la idea; trasladando esta situación a la planificación de ciudades me pregunto qué pasaría si antes de acometer acciones de mejora del espacio público, de avance en materia de sostenibilidad urbana o por ejemplo de potenciación de la ciclabilidad de núcleos urbanos; hiciésemos un “estudio de mercado” preguntando a nuestros “clientes” (sociedad) sobre la posible aceptación de dichos “productos”…. no me refiero a preguntar si les gustaría una ciudad más verde, más limpia, más sostenible, con mayor actividad humana en la calle; esa encuesta sería inútil ya que no nos informa sobre la viabilidad o la posibilidad de éxito, las bondades de esas acciones son de sobra conocidas por todos; cuál sería la respuesta si las preguntas son del orden de ….¿Qué estaría usted dispuesto a aportar? ¿En qué aspecto estaría dispuesto a ceder? ¿Cómo ayudaría a su mantenimiento?… creo sinceramente que, en caso de tratarse de una empresa privada, el resultado de esta segunda encuesta dejaría aparcada la inmensa mayoría de proyectos por inviables.

¿Cuál es el camino entonces? ¿Nos dedicamos a sensibilizar durante años cuando realmente los que se interesan por esas actuaciones de sensibilización son las personas que ya están sensibilizadas?  ¿Planteamos acciones e inversiones sin considerar la posibilidad de éxito y esperamos a ver qué pasa?…. Cuando la gente protesta porque un domingo se corta el tráfico de una calle para una maratón, cuando los peatones invaden los carriles bici, cuando las bicis invaden las zonas peatonales a modo de velódromo, cuando corto el tráfico aparcando en doble fila para ahorrar 30 céntimos de parking o 50 metros de “caminata” y cuando las arcas de las Administraciones están vacías, creo que ninguno de estos es el camino a seguir.

Volviendo al mundo de la empresa privada, vemos la técnica de las muestras de perfumes, de productos para bebés o de alimentación; son artículos de bajo coste que nos permiten probar el producto y si nos gusta y nos engancha comenzamos a demandarlo; ¿no sería esta una opción válida en la planificación de ciudades?; como hemos comentado en otras entradas, hacer una calle peatonal durante un tiempo no implica necesariamente una gran inversión, sólo necesita que no pasen los coches, los peatones también pueden andar por el asfalto; la pintura puede transformar una línea de aparcamientos en un carril bici; una mesa con unos bancos puede  convertir un espacio inútil en un centro de reunión y contacto en el barrio; permitir ordenadamente la instalación de puestos en la calle puede transformar un aburrido trayecto en un interesante paseo…. esas serían las muestras de bajo coste y si nuestro consumismo de vida pública, de sostenibilidad y de calidad de vida urbana se despierta, entonces será el momento de las grandes actuaciones.

CALLES TRANSPORTADORAS

En principio, y todavía en otras culturas distintas a la occidental, la calle era concebida como un lugar de encuentro, de relaciones, de intercambio, de enriquecimiento, de desarrollo personal; después llegó el «progreso», la velocidad, la oportunidad de comprar todo en un mismo sitio y en un sólo momento, la idea de que la zonificación y la segmentación de usos era un camino a seguir…. ahora no «pasamos por el jardín» hay que «ir al jardín», tenemos también la zona de aperitivos, la zona de compras, la zona de bancos, la zona universitaria…etc; y entre todas ellas (precisamente donde vive el 90% de la gente) una malla que muchos de forma positiva comparan con el sistema arterial del cuerpo humano …. «grandes arterias que estructuran todo y redes capilares que se ramifican»… creo que comparar nuestras calles y sobretodo su funcionamiento con la increíble eficiencia del cuerpo humano es bastante desproporcionado; yo más bien lo comparo con cintas transportadoras de «trozos de carne».

Desde que las aceras se convirtieron en «aquello que sobra entre los edificios y las calzadas» o en «aquello a lo que se suben los viandantes para no ser atropellados y poder acceder a sus viviendas»,  nuestro papel en esas calles secundarias o fuera del radio de influencia de actividades potentes se parece más a una cinta transportadora que a cualquier otra cosa; somos «elementos» que se desplazan desde una fase del proceso productivo a la siguiente, el medio en el que nos movemos no permite o fomenta la relación, no hay enriquecimiento, no hay diversión sensorial, no hay relax… todas las ventajas que caracterizan al hombre como ser social quedan centradas en zonas concretas y diluidas en el resto de la ciudad, en ese momento pasamos a ser «trozos de carne transportados».

A esta situación nos lleva simplemente el conformismo frente a unas verdades asumidas como válidas que realmente comprobamos hace mucho tiempo que no funcionan; la dimensión adecuada de una acera no es la que dice la normativa, lo más importante de un vial no es que me quepan más carriles,  el número de árboles no debe ser determinado por una tabla universal; lo importante de una calle es que sea capaz de crear el escenario para nuestro desarrollo y eso no está ni en las tablas ni en el Neufert.

¿Dónde empieza?¿Dónde acaba? ¿Qué intermedios existen o pueden existir en el recorrido? ¿Cuando le da el sol? ¿Quién la usa? ¿Para qué la usa? ¿Qué déficits tiene? ¿Qué potencialidades? ¿Puedo pasear o me aburro? ¿Puedo descansar o me estreso? ¿Pueden jugar los niños o sería un peligro? ¿Me puedo parar a charlar un rato con un amigo? ¿Podría haber tiendas con género en la calle? ¿Y terrazas? ¿Podría buscar sinergias con las colindantes?…..Es mucho más sencillo entrar en tablas y decidir que la acera debe ser de 1,50 ml de ancho y centrar la atención en que en zonas con farola o papelera cumpla que al menos haya 1,20 ml … y ese es verdaderamente el gran problema.

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Al igual que en paisaje, cuando hablamos de funcionamiento de nuestras ciudades llega un punto en la discusión en el que llegamos a lo tremendamente complejo y lo que para algunos es mucho peor… lo subjetivo… ese el momento en el que se decide la marcha atrás, la vuelta a lo conocido, el temor o la vagancia por investigar y mejorar; pero el funcionamiento de las ciudades es enormemente complejo y la felicidad del ser humano llega de lo subjetivo con lo cual, si dejamos fuera de juego estos dos factores sencillamente seguiremos nuestro proceso de transformación en «trozos de carne transportados».

¿LA UNIFORMIDAD MEJORA LA COMPETITIVIDAD?

Recientemente he leído algunos artículos en los que distintos municipios se plantean medidas y acciones encaminadas a la mejora de su paisaje urbano, lo cual me alegra enormemente al darme cuenta que la idea va poco a poco filtrándose en nuestra sociedad; ahora bien, en todos ellos figura la palabra «uniformidad» como un objetivo, imagino que con la intención de mejorar la imaginabilidad del lugar,  por tanto su identidad y por último la codiciada competitividad; ante este razonamiento pienso en las favelas brasileñas, una gran imaginabilidad y una potentísima identidad, pero ¿ello nos atrae? , evidentemente no, y aunque el ejemplo sea extremo creo que es válido, la identidad es condición necesaria pero no suficiente; la finalidad del paisaje urbano es la de permitir y/o mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, facilitar las relaciones sociales, el contacto con la naturaleza y también la competitividad; lo cual sinceramente pienso que únicamente por ejemplo unificando el color de los toldos de las terrazas no vamos a conseguir; de hecho esa buscada uniformidad y su intento se asimilación con orden y armonía creo que nos lleva al aburrimiento y la banalidad de los recorridos.

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Volvemos una y otra vez a la consideración del paisaje tan sólo como forma y dejamos de nuevo en el tintero su esencia, la sociedad que los habita y sus procesos de relación; el paisaje urbano tiene una funcionalidad real o potencial directamente relacionada con los procesos que en el mismo tienen lugar; la puerta de un centro universitario plagado de estudiantes jóvenes y profesores, la plaza en la que se ubica un gran monumento y sus turistas, la zona de acceso a un edificio administrativo y sus trabajadores o la salida de un hospital y los familiares de los enfermos son espacios vividos por personas distintas o al menos en situaciones diferentes, por tanto parece lógico pensar que cada uno de esos emplazamientos requerirá un tratamiento distinto, no uniforme.

Está claro que el enfoque que planteo no es el fácil y no debemos confundirlo con un «laissez faire» y que salga lo que tenga que salir, se trata como siempre de planificar, trabajar y creer realmente en lo que estamos haciendo.

Creo que la historia nos ha dejado evidentes ejemplos de inhabitables espacios tremendamente uniformes y de extraordinarios conjuntos de elementos dispares concatenados; se trata «simplemente» de que exista un porqué de la forma derivado del proceso que alberga, de no ser excluyente ni con la uniformidad ni con la variedad, sencillamente cada una estará donde se requiera.

CIUDAD DIFUSA ¿CAUSA O EFECTO?

Los problemas derivados de los crecimientos urbanos en forma de «Ciudad Difusa», «Sprawl», procedentes del propio planeamiento o que hayan surgido de forma espontánea, han sido objeto de numerosos análisis y estudios quedando fuera de toda duda el deterioro creado tanto en materia de sostenibilidad como de relaciones sociales.

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Veo una clara tendencia a defender que dichos asentamientos están destruyendo la ciudad tradicional y dejándola sin vida, lo cual es posible, ahora bien…. ¿Estamos ante la causa o el efecto? ¿Las nuevas urbanizaciones están causando el abandono de la ciudad o son la consecuencia o la vía de escape de un entorno que nada nos aporta?.
Nuestras sociedades han cambiado de forma vertiginosa en el último siglo ¿Y nuestras ciudades?¿Se han adaptado a los nuevos requerimientos? Cuando la mayor diversión, ocio o entretenimiento de la semana se traduce para muchas familias en la visita a un macro centro comercial  situado en una de esas zonas «difusas» ¿Es por elección o por eliminación?.
Entiendo que no todos los pobladores de esa «nueva» forma de habitar son ermitaños, de hecho creo que se alegran cuando esas zonas pseudo-rurales  poco a poco van tomando rasgos urbanos, cuando se instala una parada de bus, una panadería, un quiosco, una cafetería o un pequeño supermercado, luego no huyen de la ciudad en general sino de esa ciudad concreta.
Evidentemente el concepto de ciudad evoluciona y vamos hacia nuevos modelos, por tanto entiendo que debemos enfocar nuestros esfuerzos no sólo en demostrar la ineficacia de un modelo, sino por una parte a ponerle solución a la «máquina» que hemos creado (que queramos o no seguirá existiendo) y fundamentalmente a paliar el origen del problema (la ausencia de estímulos positivos en nuestras ciudades).
Mediante la Ordenación del Territorio y la Planificación no podemos participar en los recuerdos, la formación cultural, las inquietudes o los estados de ánimo personales que en definitiva conforman la sensación de bienestar, ahora bien queda muy claro que si podemos crear el escenario que las potencie, las facilite y las cohesione.

METODOLOGÍA PARA DETERMINAR LA CALIDAD DEL PAISAJE URBANO

En ocasiones asociamos el concepto de «Calidad» al nivel de adecuación a un uso, a que se cumplan «x» requisitos o a que el cliente o consumidor adquiera un nivel determinado de satisfacción frente a un producto o servicio; la RAE la define como «conjunto de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor«.

Analizando la metodología tradicional de análisis del paisaje urbano y la determinación de su calidad, vemos distintos enfoques que en general convergen en determinados «conceptos asumidos»; indicadores como la relación entre la altura de los edificios y la sección de los viales, la existencia de espacios verdes y su estado, la presencia de vegetación en los viales, la existencia y diseño del mobiliario urbano, la tipología de pavimentos, la dimensión de los recorridos peatonales, etc… en ocasiones estos aspectos se trasladan al mundo de los valores numéricos, asignando un valor a cada estado y definiendo en base a su proximidad a la considerada como cifra ideal su nivel de calidad; esta práctica permite evidentemente una valoración aséptica del paisaje buscando la mayor objetividad posible del evaluador; personalmente no estoy de acuerdo en absoluto con la idea de dejar de lado la subjetividad, pero me gustaría centrar el post en otra cuestión, me refiero a la de la definición que vemos arriba del concepto de «calidad».

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Cualquiera de las definiciones introduce de una forma u otra el concepto de uso, de funcionalidad, de adecuación y respuesta a una necesidad; cuando analizamos el paisaje urbano en base a sus características formales y composición mediante una metodología asumida como «universal» ¿dónde estamos analizando el nivel de satisfacción del consumidor (la sociedad)? ¿Requerimos el mismo ancho de acera en una zona residencial, comercial, industrial o de oficinas, en Oslo, en Buenos Aires o en Roma? ¿Una plaza dura siempre es un crimen?. …. evidentemente no.

El paisaje urbano y la imagen mental que creamos del mismo no es en absoluto estática, sino el resultado de un recorrido, expansiones, contracciones, visuales, hitos, detalles, etc… en definitiva se trata de un PROCESO, si el resultado de ese proceso es el que nos va a aportar o no satisfacción ¿dónde lo estamos analizando?.

La ciudad en general y el paisaje urbano en particular constituyen sistemas de complejidad organizada, por tanto simplificar la evaluación de su calidad a determinados parámetros considero sencillamente que no nos proporciona el objetivo que deberíamos buscar LA SATISFACCIÓN DE LA SOCIEDAD, por tanto a pesar de la necesidad de traducir a números, no podemos dejar en el tintero variables e incógnitas de las que depende directamente el resultado.

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

Cuando el recorrido urbano para ir a comprar se convierte en una ultramaratón con 40 grados a la sombra, cuando caminar por la acera se asemeja a una gymkana, cuando la ciudad termina sin solución de continuidad simplemente porque empieza el campo…. creo que algo falla.

¿Son nuestras poblaciones realmente ciudad o se trata simplemente de contenedores de viviendas? Las abejas duermen en su colmena, salen a trabajar, traen comida y de nuevo duermen ¿Cuál es la diferencia entre ellas y la forma de vida que nos ofrece la mayoría de nuestras ciudades?

Nuestras manzanas, viales, plazas, recorridos, etc… no pueden ser tratados sobre un simple plano en dos dimensiones como si de las celdas de la colmena se tratase, no es un problema de geometría ni de cálculo, la meta no es sólo crear una malla funcional; el objetivo olvidado es que las ciudades son para facilitar el progreso, la relación y el bienestar de sus habitantes; es decir la finalidad es el hombre en sí mismo, no la miel.

Cuando la zona de la imagen la vemos sobre plano, observamos una planificación clásica basada en la zonificación, esa planificación se lleva a la realidad y el resultado es….. lo que salga.

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¿Ha tenido en cuenta la planificación que esa calle tiene pendiente? ¿Ha considerado los 40 grados a la sombra en verano? ¿Es consciente de la lenta evolución del aspecto formal por sustitución de viejas edificaciones? ¿Dónde me paro a hablar con mi vecino? ¿Dónde me siento a descansar un rato?… Todo ello influye en gran medida en que la ultramaratón o la gymkana se transformen en recorridos, en paseos que quiera hacer en lugar de esfuerzos a los que me vea obligado para resolver cuestiones como la de ir a la compra; por tanto salgamos del plano, pisemos el territorio y no olvidemos nuestro norte (el hombre en sociedad).

La planificación tiene un cliente (sociedad) realmente conformista en este aspecto, normalmente asume  sin más lo que tiene y a lo sumo espera que algo mejor llegue algún día, un hecho comprensible para la sociedad por desconocimiento o falta de sensibilización  pero no admisible para el planificador ya que sencillamente no está haciendo su trabajo. Encajar edificabilidad en parcelas y dibujar viales es parte del urbanismo, pero por fortuna su capacidad va muchísimo más allá; ahora que la crisis ha diluido las prisas y borrado de los titulares palabras como especulación, ladrillo o  “todo vale”, ahora que hemos comprobado que ese sistema no era válido ¿no habrá llegado la hora de volver al principio y retomar el verdadero significado de la planificación y el urbanismo?.